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I.Psico-erotismo femenino y masculino

Por Natalia Hilario De La Cruz

Las diferencias entre los comportamientos sexuales en la sociedad occidental que se dan dentro del binario de género no constituyen sólo diferencias “biológicas” sino que, a través de nuestro proceso de socialización, se moldean dos grandes formas de vivenciarnos y percibir el mundo. Esto es a lo que Fina Sanz, la autora de Psicoerotismo femenino y masculino: Para unas relaciones placenteras, autónomas y justas, se refiere como “subcultura masculina” (M) y “subcultura femenina” (F).




Según la estructura patriarcal que hemos conocido tradicionalmente, la subcultura masculina es la dominante y su ideología incide tanto en la vida cotidiana como en la producción de teorías del saber científico. La posibilidad de que exista una cosmovisión femenina aún ni siquiera es contemplada. Sucede un fenómeno parecido al que ocurre entre los países colonizadores y los colonizados. Los primeros parecen desconocer, no enterarse de los valores de los segundos o, en todo caso, son desvalorizados al evaluarse con criterios de conducta ajenos a los suyos, lo mismo que pasa cuando en un país las personas de varias etnias no coexisten en términos de respeto. Incluso con frecuencia la gente colonizada pierde sus referencias de identidad y se adscribe a los valores éticos y morales de los procesos de colonización a los que son sometidxs como un recurso que les sirve para la valoración personal o para su supervivencia física o psíquica.


Algo similar ocurre en el mundo occidental cuando vemos que los términos de normalidad, las normas y así sucesivamente nos son impuestos por la sociedad patriarcal en la que vivimos o por los procesos de patriarcalización a los cuales estas han sido sometidas. Se desconoce el mundo de lo femenino, ese mundo que se ha ido creando a partir de la diferenciación sexual y que las propias mujeres pueden llegar a desconocer al buscar su identidad únicamente en relación con la masculinidad. Estas subculturas no son el producto determinista de la “naturaleza biológica”. La biología es un componente básico que nos hace diferentes y que también se encuentra entrelazada a una estructura de roles los cuales se aprenden a través de agentes socializadores como la familia, las instituciones, los medios de comunicación, entre otros, durante un proceso educativo que es distinto tanto para los hombres como las mujeres. Veamos cómo se van creando esas características básicas conocidas comúnmente:


Los comportamientos humanos se tienden a estructurar en dicotomías. Así por ejemplo:


Fortaleza ………………… Debilidad

Seguridad ……………………… Duda

Actividad ………………… Pasividad

Lentitud ……………………. Rapidez


Aún así, las personas no son fuertes o débiles, activas o pasivas exclusivamente, al igual que no son inherentemente blancas o negras aunque apalabremos esa distinción fenotípica con este lenguaje. Entre esos dos extremos hay diversas intensidades de fortaleza o debilidad y de actividad o pasividad. De igual manera, cuando decimos que una persona está segura o insegura de sí misma nos referimos a que posee un grado de seguridad o inseguridad subjetivo y relativo comparativamente a otras personas. Es imposible que hablemos en términos absolutos. Lo mismo podríamos decir de:


Lo masculino ………………… Lo femenino


Así por ejemplo:


Lo masculino = Hombres …………………… Lo femenino = Mujeres

Fortaleza ………………………. Debilidad

Actividad ……………………… Pasividad

Propulsividad ……………………… Receptividad

Rapidez ……………………… Lentitud

Agresividad ……………… Ternura


El concepto de masculinidad o feminidad es una construcción sociocultural que en otras sociedades no occidentales no ha tenido (y aún no tiene) el mismo sentido como ya hemos mencionado en artículos anteriores que citan a personas que provienen de dichas culturas. Consecuentemente, lo “masculino” y lo “femenino” van constituyendo la construcción de la identidad de los hombres y las mujeres, aquello con lo que cada cual se identifica profundamente que supone un entramado emocional difícil de cambiar.




Este cambio se puede lograr con la reflexión crítica sobre nuestros comportamientos, puesto que hemos adquirido las obligaciones de lo que debemos hacer para que se nos reconozca por lo que somos en edades muy tempranas y esto provoca conflictos entre la estructura emocional aprendida y el pensamiento racional o la transformación de esa ideología. Con el tiempo, esta “masculinidad” o “feminidad” puede llegar a convertirse en un esquema de comportamiento rígido, una especie de coraza que se vuelve cada vez más inflexible y que nos impida desarrollar una comunicación relacional e interpersonal que fluya.


Esto es en sí mismo una fuente de conflictos individuales debido a que, en ciertos momentos a lo largo de nuestras vidas, necesitamos expresarnos de unas formas u otras que quizás no coincidan con estos conceptos, de manera “masculina” o “femenina”, sentirnos fuertes o débiles, manifestarnos como tiernxs o agresivxs según el momento, el lugar, en relación a qué o a quién. Permitirnos desear actuar con lentitud o rapidez, sentirnos valientes o sentir y expresar nuestros temores y demás sin que ello tenga connotaciones positivas o negativas nos puede ayudar a crecer.   


Además, los perjuicios que tiene la ideología patriarcal dominante se reflejan en nuestras vivencias corporales cuando sólo nos pensamos desde dos grandes formas de percibir las sensaciones, las emociones o, inclusive, de manifestar nuestro erotismo y de comportarnos sexualmente. Por los estereotipos que hemos visto en la cultura popular ya sabemos que en la vivencia erótica “femenina”, lo que Sanz denomina como la globalidad, tiene una gran importancia mientras que en la masculina la tiene la genitalidad.




Así es que gran parte de las fantasías eróticas que tenemos pueden girar en torno a estos conceptos al igual que de la erótica de los sentidos y la intervención de los mismos en el placer propio y la comunicación erótica. Sobre este último factor, podemos ver que nuestras formas de comunicación adquieren formas expresivas distintas cuando reconocemos cómo tradicionalmente se alienta a las personas a construir sus masculinidades desde su identificación con sus genitales, con el rol de dominación, con lo externo o lo ajeno a ellas, el espacio exterior, con la expresión hacia fuera, con el poder que se le concede a su palabra.


Lo mismo ocurre con las personas que se identifican con la feminidad cuando se espera que se expresen con su cuerpo y con la palabra siempre y cuando se encuentren dotados de un gran contenido emocional. Sin embargo, también se espera que esto ocurra desde el silencio. Dado que históricamente la palabra de las mujeres (y, por ende, de los cuerpos feminizados) ha tenido poco valor social, estas son alentadas a construir sus identidades desde su interior, desde el cultivo de sus sentimientos y la imaginación en la intimidad. A veces el silencio puede interpretarse como una actitud de autocensura de quien asume que ocupa un segundo plano. Aún así en ciertas ocasiones cabe interpretarlo como un espacio interior de lucha y radicalización desde donde podemos observar la realidad y rebelarnos en contra de ella mientras nos protegemos, al pensar como queramos.


Ya que en este caso la palabra suele tener más contenido emocional y está muy vinculada con lo cotidiano y lo práctico mientras que en el opuesto se utilizan conceptos más abstractos, se prefiere hablar de lo ajeno a los propios sentimientos, se utiliza una forma de pensamiento más lineal y se valora la precisión en el lenguaje, todo esto dificulta la comunicación entre estos extremos. Debido a que a las mujeres se les da una mayor cabida en cuanto a la expresión corporal mediante la suavidad de movimientos, la flexibilidad, etc. que a los hombres, el cuerpo puede servir para mostrar sus deseos, como una forma de atraer, de ser reconocidas en el proceso de seducción. Por el contrario, a los hombres se les alienta a seducir con la palabra o con la combinación de su físico y su personalidad. La masculinidad se tiende a comprender como cuerpos que presentan un aspecto más duro, rígido y emocionalmente inexpresivo. De esta manera, le adjudicamos valores "femeninos" y "masculinos" a nuestros movimientos corporales inconscientemente.





Referencias


Sanz, J. (1990). Psicoerorismo femenino y masculino: Para unas relaciones placenteras, autónomas y justas. Subculturas femenina y masculina. Editorial Kairós, S.A.

Natalia Hilario De La Cruz

Escuela de Educación Sexual Explícita