EL DIARIO DE ENZO
Primeras amistades
El primer día de escuela de parvularios conocí a quienes serían mis amigos y amigas más adelante.
Yo tenía 2 años y medio cuando empecé la escuela de parvularios ya que mi cumpleaños es en diciembre. Era de las más pequeñas en mi clase, tanto de edad como de estatura. Lo de la estatura duró poco porque a los 6 años comencé a tener un cuerpo muy atlético. Tanto así que a veces mi madre les decía a mis amigas, con mi orgulloso permiso, que me tocaran el culo para ver lo duro que estaba. Hablando del mes en el que nací, añadiré que es un mes más o menos querido por la celebración de la Navidad. Ojalá en alguna de esas navidades hubiese llegado a mis manos el libro de un amigo mío que tanto me gustó leer cuando tenía ya 21 años. Trataba sobre el género y me ayudó a entenderlo en su totalidad. Da la casualidad que, cuando hablamos del género y la Navidad, justo tenía yo que nacer en un mes en el que curiosamente la televisión se inunda de anuncios sexistas para todos los públicos.
A pesar de toda esa publicidad basura, mi infancia, incluidas las Navidades, fue feliz en lo que a familia se refería. También en cuanto a mi vida en la escuela.
De aquel primer ciclo de escolarización tengo muy buenos recuerdos.
Mi clase siempre fue un grupo muy bien avenido, en el que jugábamos, aprendíamos, nos acompañábamos y animábamos.
Desde una temprana edad supimos qué estaba bien y qué no. Aprendimos a no pegarle a los compañeros y compañeras cuando nos enfadábamos, a respetar las diferencias entre las personas y a valorar la diversidad... toda menos la del género que, según la información que nos daban, era binario.
Al final surgió una amistad muy bonita y respetuosa entre las personas que en algún momento formamos parte de esa clase ya que a veces alguien se iba y se incorporaba otro en su lugar.
Desde nuestros 4 años, mis mejores amigos fueron Clara y Nil.
Jugábamos a “mar, terra, cel i aire”, a “polis i cacos”, al “pistoler”, entre otras cosas, pero a lo que más jugábamos era al fútbol. Clara y yo lo hacíamos junto a los demás chicos de nuestra clase ya que éramos las únicas niñas que casi siempre jugábamos al fútbol a la hora del patio.
Algunas veces hacíamos equipos de chicos contra chicas y entonces sí que jugaban todas las chicas. Era muy divertido y, al día de hoy, recuerdo lo bonito de ver a toda la clase jugar junta a algo que me gustaba tanto.
Cuando empezamos el curso en 1ro de primaria comenzamos a sentirnos mayores así que queríamos hacer cosas distintas, cosas que no fuera jugar todo el día en el cole. Empezamos a jugar en el parque de enfrente a nuestro colegio en donde habían puesto una estructura con forma de tela de araña piramidal, hecha con un mástil central y cuerdas con formas geométricas que le daban la apariencia de telaraña; le llamábamos la araña. Un grupito íbamos allí a jugar cuando acabábamos las clases. Éramos Nil, Joan, Marc, Aleu, Clara y yo, si no recuerdo mal. También estaba el hermano de Nil pero era muy pequeño y su abuela Carme no le dejaba subir muy arriba.
De aquella época, diría que del año de 1ro también, recuerdo que de vez en cuando íbamos al local del padre de Nil a jugar porque Iñaki tenía que trabajar allí. De hecho, nos gustaba mucho ir porque jugábamos a caballeros y guerreros y usábamos las varillas roscadas que tenía y trozos de espuma a modo de espadas. Era muy divertido. El sitio y el juego valían mucho la pena.
Fue durante la primavera de aquel curso que íbamos a tomar algo al centro, con recurrencia a la misma plaza, con mis padres. A una calle de ahí vivía mi amiga Clara, que algunas veces estaba en la plaza y nos poníamos a jugar fútbol juntas. Ella jugaba muy bien y así pasaba la tarde sin percatarme.
Un amigo de clase era vecino mío. Su habitación colindaba con la buhardilla de mis padres por la parte interna del bloque, ya que eran dos portales distintos. Cuando lo supimos jugábamos a picar y escucharnos sin éxito algunas veces.
Para aquella época hice una fiesta en casa por uno de mis cumpleaños. Mi madre nos preparó pizzas y después nos fuimos a dormir a la buhardilla. Creo que éramos ocho. Decidimos hacer turnos para dormir ya que jugamos a que estábamos en un campamento en medio del bosque y teníamos que defenderlo. si no recuerdo mal teníamos 7 años.
A partir de esa edad en adelante, yo al menos, disfrutaba mucho más de cualquier actividad que toda la clase hiciéramos en grupo. Tuve la suerte de tener muy buenos amigos y amigas durante muchos años.
Además, tuve la suerte de tener profesores y profesoras muy aptos y aptas para su trabajo aunque, a vista de hoy, el modelo educativo que ahí (como en muchos otros centros) se impartía y desarrollaba no fue suficiente para mi desarrollo personal.
Crecí con miedo a que nos separaran entre niños y niñas obligatoriamente. De hecho, hace poco una compañera de clase que tuve en ese momento me dijo que ella conservaba el recuerdo de una vez que fuimos al baño en grupo a lavarnos las manos antes del comedor como solíamos hacer siempre. Yo me metí en el baño de los niños sin pensarlo y ella, al verlo, me decía “Eh, que te vas al que no es”.
Yo lo reconocí sin pensarlo. Cuando me lo contó me pareció gracioso porque no me acordaba y supongo que debería ser el subconsciente con algo así como “Yo para aquí”.
Que yo recuerde, con mis amigos y amigas nunca hablaba de si quería ser un chico o una chica porque para mí no era un tema que se podía discutir ni tenía posibilidad de cambio. Lo que sí recuerdo es que en 3ro de primaria fue cuando empecé a hacer teatro con algunos amigos y algunas amigas de la clase, y ahí comenzó a surgir, sin darme cuenta realmente, el hecho de que se me encajaba más en papeles masculinos que en femeninos. Eso me gustaba.
A mis compañeros y mis compañeras no les molestaba que yo interpretara personajes masculinos o al menos así lo recuerdo. A mi profesora de teatro tampoco y yo estaba encantada con que les pareciese bien a modo general.
A esa edad el tema del género no lo tratamos con profundidad y mucho menos en la escuela. Nunca nos explicaron qué era la identidad de género, ni la expresión de género, ni la orientación sexual en clase.
Nos explicaron que habían dos géneros, el masculino y el femenino, y que ambos se encontraban determinados por la sociedad al nacer una persona. En otras palabras, nos lo explicaron como “Las niñas tienen vulva y las mujeres también.” o “Los niños llevan el pelo corto y las niñas largo”.
De afirmaciones como estas aprendí que el género no se elegía, que tocaba. Que el cuerpo no se elegía, que tocaba. Que tu persona no se elegía, que te tocaba.
Aprender esto con 8 años y, a la vez, sentir que nunca se te aceptará sin prejuicios por ser como eres y por no ser lo que se espera, es duro. Vivirlo también lo es.
A esa edad me hubiese gustado comprender los diversos procesos que conlleva el género, procesos que logré entender a los 21, no por imposibilidad de aprendizaje, sino porque esa información era inaccesible para mí. A esa edad aprendí cosas muy innecesarias para mi identidad personal y profesional actual mientras que no aprendí muchas otras que, o me ha costado mucho esfuerzo conseguir o aún no he conseguido, y sigo en el intento.
¿Cómo es posible que todo este conocimiento pase desapercibido?
¿Cómo puede ser que lleve tanto tiempo pasando esto y aún no hayan medidas inmediatas para solucionar los problemas que día tras día pasan, ocurren, suceden, y que por desgracia se llevan a familias y a personas por delante?
Es posible porque lo permitimos como sociedad.
Puede que no sea por desgracia; es por personas que no tienen suficiente información al igual que por personas que sí la tienen y no la valoran.
Escuela Educación Sexual Explícita