El Deseo Sexual en el Contexto Social
¿Cómo influye el contexto social sobre la idea del deseo sexual?
En la los últimos años en sexología, se ha teorizado ampliamente acerca del deseo sexual en las personas. Masters y Johnson (1966) describieron un modelo de respuesta sexual que empieza por la excitación, continúa con la meseta, el orgasmo y termina con la resolución. A este modelo de respuesta lineal, Kaplan (1979) añade el deseo como precursor de la excitación. Más tarde, se propone que el deseo sexual puede estar presente durante toda la respuesta sexual (Schnarch, 1991), y surgen modelos de respuesta sexual circulares, como el de Basson (2001), que explican que el deseo sexual se relaciona con variables contextuales. Estos modelos han dado lugar a conceptos como el deseo sexual espontáneo y el deseo sexual receptivo, que puede depender de variables contextuales.
Históricamente, en la sociedad se ha venido atribuyendo el deseo espontáneo a los hombres o personas con pene y el receptivo a las mujeres o personas con vulva. En la actualidad, podemos comprobar cómo existe un desequilibrio y desigualdad social a la hora de explicar las actitudes y el deseo sexual en las mujeres y en los hombres. Se le otorga al deseo de los hombres la cualidad de biológico, cual impulso interno que debe ser satisfecho asemejado al hambre o al sueño. En contraposición, el deseo sexual de la mujer ha sido explicado por diversos autores como un intercambio comercial, en el que la mujer sopesa los pros y los contras de mantener relaciones sexuales, sus consecuencias y qué pueden obtener de valor por ello. La sexualidad del hombre se reconoce como una vivencia interna, y la de la mujer se sitúa externamente a su personalidad y de manera independiente, puesta en práctica sólo con otro fin diferente al del placer sexual (Angel, 2021).
En este contexto social, a veces se pretenden salvar esas diferencias atribuyendo los factores supuestamente masculinos a la sexualidad femenina, asemejándolas y volviéndolas análogas. Se anima a la mujer a que exprese sus deseos claramente, empoderada, que manifieste sus preferencias sexuales, demostrando autoconocimiento personal y confianza en sí misma para decidir seguir su impulso sexual. Así, en el pasado se llegó al punto de minusvalorar ciertas formas de prácticas sexuales, o alimentar ideas como la superioridad del orgasmo vaginal frente al clitoriano, considerando el segundo de mujeres sexualmente inmaduras.
Existe un doble rasero aplicado a las mujeres mediante el cual la sociedad por una parte incentiva que conozcan su deseo sexual y que lo pongan en práctica, y por otra parte les hace cargar con prejuicios y sesgos de género. Por ejemplo, hemos visto cómo en casos de abusos sexuales, se examinan con lupa y se juzgan las actitudes sexuales de las víctimas abusadas, intentando establecer causalidad en ello.
Esta presión de las normas sociales incide también en el hombre, en cuanto a que se da por hecho que deben sentir siempre un continuado deseo sexual, así como actuar como maestro con su discípula en la interacción sexual, como reflejo de una masculinidad heterosexual impuesta. De esta manera, las motivaciones externas de los hombres para tener sexo serían diferentes: la reivindicación de masculinidad, el poder o la evitación del fracaso.
Hoy en día, sabemos que existen tres dimensiones del deseo sexual (Levine, 1992) que pueden experimentarse por las personas independientemente de su diversidad sexual. El impulso es la parte biológica del deseo y nos moviliza hacia aquello que deseamos; el motivo es la disposición psicológica que tenemos hacia una actividad sexual y el ahnelo son las ganas de experimentar, el deseo de desear.
Desde la psicología y la sexología, debemos dar valor a la complejidad del deseo sexual, enmarcado entre inherentes factores biológicos y sociales. Podemos reestructurar estas creencias erróneas que todavía existen en la sociedad y apostar por una educación sexual respetuosa, libre de prejuicios, apostando por la experimentación de placer sexual de manera libre.
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